ORIGEN

Mis libros tienen un origen común: un primer manuscrito que nunca llegué a editar como libro, pero que fue decisivo en mi camino como escritor, si se le suma, claro está, el de lector. Porque la lectura es el entrenamiento para el escritor como lo es la ejercicio físico para el deportista.

 Se trataba de un ensayo, titulado “Tenis Científico”, y vio la luz a principio de los años ochenta, que publicó por capítulos la revista Tenis Español.

Aquel trabajo, fue un manual, un ensayo, una exploración de las bases fundamentales del juego, el entendimiento del tenis desde una dimensión distinta. A raíz de ese trabajo, un periodista me preguntó qué me gustaría escribir en el futuro, como si yo perteneciera al ramo filológico y no al deportivo. Mi respuesta fue clara: “algo que no verse sobre tenis”.

De esa confesión, improvisada, nació el impulso que acabaría dando vida a estos cuatro libros. Podría decirse que en aquella conversación quedó sembrada la semilla de todo lo que vino después.

Por eso recuerdo en este blog el verdadero origen: un libro que nunca llegó a imprimirse como tal, pero que marcó para siempre mi relación con la escritura. Este espacio es, en cierto modo, un regreso a ese punto de partida, cuya sinopsis os incluyo para que os hagáis una idea del contenido, que sin duda mejorará vuestra relación con el tenis o también otro deporte en el que intervenga la pelota, porque al fin y al cabo ella es la reina de todo juego en el que participa.

TENIS CIENTÍFICO

Las noches nórdicas, alemanas, foscas, donde yo daba clases de tenis, me emplazaron a elaborar una tesina sobre mis particulares credos tenísticos. La inspiración que me impulsó en definitiva a escribirla la originó una alumna, principiante, mayor ya, que en el curso de las primeras instrucciones preguntó con no poca sorna como me aventuraba a decir “sehr gut” cuando ni siquiera lograba golpear la pelota. Le indiqué que sus movimientos técnicos, tanto en el drive como en el revés, eran correctos, sin embargo su desconocimiento de la pelota le llevaba a errar el punto de encuentro con ella, asegurándole que con la práctica del juego iría reparando gradualmente tal minusvalía.

      A pesar de ser cierta tal enunciación quedé insatisfecho. Yo no disponía evidentemente de una varita mágica para que aquella señora sin haber visto jamás una pelota de buenas a primeras contactara con ella, pero remarqué un vacío entre la veracidad de mi respuesta y la evidencia de su fracaso o dicho de otro modo: un drenaje por donde se escurría en parte la bondad de la metodología.     

      Mis elucubraciones en busca de sellarlo recalaron en los márgenes de una teoría que guardaba cierta similitud con el aprendizaje de la lectura sin conocer el abecedario. Entreví con cierto estupor que debería enseñarle a la señora los signos ortográficos antes de iniciarse en el juego… ¿Y cuáles eran éstos en el campo tenístico?… Profundizando algo más en el tema me percaté que no podían ser otros que los desarrollados por la pelota: velocidad, altura, efecto, potencia, etc…. ¿Y cómo traspasarle esta sabiduría si todas sobrevienen con una dirección, una velocidad, una altura y una potencia distinta?

      Un estudio exhaustivo de la pelota me indicó que efectivamente todas sus proyecciones son tan desiguales como los rostros humanos, pero percibí entre sus infinitas modulaciones una propiedad común: todas ellas describían, vistas en proyección vertical, una trayectoria prácticamente recta.    

      Ahondando en este matiz corporativo observé que si un jugador de élite puede conectarla cuando se le viene encima a doscientos kilómetros por hora, debe valerse sobre todo de la máxima geométrica que asegura haber entre dos puntos sólo una línea recta. No tiene otros asideros para contrarrestar su furia. La mente -infinitamente más veloz que la pelota- nada más salir ésta despedida de la raqueta del contrincante descubre por ese simple procedimiento el punto más cercano a su posición, por donde pasará, anteponiéndose mentalmente de manera automática a ella. 

       El problema estructural de la señora alemana se centraba en que su mente salía impelida hacia la pelota, en vez de prolongar su trayectoria, y cuando llegaba a su altura, se sobresaltaba, claro está, por no haberle conferido un punto de encuentro. Desde una óptica populista se podía asegurar que la pelota era más lista que ella y por esta razón no la contactaba. Pero como cualquier persona goza de aptitudes más sobresalientes que el “cerebro” de una pelota, intuí que era posible con un símil apropiado activar su pasivo potencial psicológico.    

       – ¿Qué es más importante la parada o el autobús? – le pregunté al día siguiente a mi alumna.

      -El autobús, … sin él no habría parada- me respondió cucamente.

      -Bien, pero en el caso de que estén ambos, ¿cuál de los dos es básico?

      Como titubeaba creyendo ser presa de un acertijo parecido al del huevo y la gallina me adelanté a su respuesta comentándole:

      -Sin duda la parada. Usted para tomar el autobús se dirige a la parada. La parada lo es todo, pues sólo allí se detiene el autobús. En el juego del tenis acontece lo mismo, lo importante no es la pelota sino el punto donde se encontrará con ella…. O sea, la parada. Pero hete aquí que usted está mentalmente pendiente de la pelota, del autobús, y cuando llega a su altura…pasa de largo…por no haberle asignado una parada…Por este motivo no logra contactarla.

      -… ¿Y qué debo hacer?

      -Pues asignarle una parada…

Le expliqué lo referido acerca de la trayectoria recta que describe y que cualquier punto, cualquiera de su recorrido, podía ser la parada. Y así lo hizo. En vez de enfrentarse a la pelota, prolongaba mentalmente su recta, fijaba un punto y al llegar conectaba con ella, con dificultad si se quiere, pero conectaba. En fin, procuraba no perder el autobús. Esta señora mejoró el concepto del juego en una sola instrucción el equivalente a algunos meses de práctica, … no en vano disponía ya de una mente tenística.  

     – ¿Porqué de todos modos desaprovecho tantas pelotas? – me preguntó sin embargo al día siguiente.          

      -Diríamos que usted aprobó el curso de primaria, pero le falta el de secundaria. Ahora mismo está en el nivel que suelen presentarse los novatos con un cierto sentido arraigado de la pelota. Se equivoca sin embargo, como casi todos, en algo fundamental…

      -… ¿En qué?

      -Pues como dispone de tiempo, hasta que llega la pelota, se entretiene en elegir la parada…

      -…Lo que usted me dijo.

      -No, … yo le dije que cualquier punto es válido…no que eligiera uno. Y usted elige…Y la elección implica una valoración… El gran secreto del juego no es otro que permitir que lo determine el instinto, maquinalmente, sin valoraciones. Por este procedimiento ponemos en práctica un automatismo que nos permite desarrollar el juego con absoluta fluidez. La elección, la valoración de la parada, es una intromisión del “yo” inoportuna que debe eliminar ya que cualquier parada es válida. Si la pelota llega a la parada a una altura más alta o baja de la deseada -por eso su valoración- carece de importancia, el tiempo y la práctica la ajustarán, … lo fundamental es implementar un sistema, mecanizado, para todas las pelotas.

      La señora reconvirtió sus azarosos impulsos en uno solo, consabido, metódico y automático. Escogía cualquier punto de la trayectoria, sin vacilaciones, y cuando llegaba la pelota –el autobús- conectaba con ella… Pero no siempre, cuando se la lanzaba en diagonal o describiendo un arco alevoso el “yo” saltaba como un resorte, trabando el automatismo, con el subsiguiente fallo.

      -Bien –le informé-, ya sabe de todos modos lo que se cuece en una pista de tenis. Usted lo hará o no lo hará, pondrá el automático o no lo pondrá, es cuestión de disciplina, de querer ejecutarlo, de anular el “yo” … Ahora vamos a por lo que usted está aquí.

      – ¿No estoy aquí para que me enseñe a jugar?

      -No…

      -Entonces, ¿para qué?

      -Usted está aquí para que yo le adiestre un movimiento técnico, corporal… El juego lo enseña la práctica. Cualquier profesor no le documenta sobre estas interioridades que hemos repasado, sólo le indica al respecto frases como respeta la distancia con la pelota o la vista siempre fija en ella que son indudablemente ciertas, implícitas en lo que le acabo de explicar, … pero no va más allá. El profesor está ante todo para enseñarle los diversos movimientos técnicos del cuerpo con escrupulosidad, que esto sólo se aprende, aquí, conmigo… Por esto le decía yo muy bien, aunque no contactara con la pelota.

      -… ¡So wie so! 

      Mi marcha del país programada para el mes de junio la adelanté a finales de marzo con el fin de gestionar con la revista Tenis Español –por entonces el único nexo de este deporte con la familia tenística nacional- la inclusión de la tesina, por capítulos, en sus sucesivas publicaciones.