
CAPÍTULO 1
La vida es similar a un partido de fútbol, sólo que en vez de noventa minutos se prolonga ochenta años, incluso se presiente la aparición del cuarto árbitro con su tablón anunciando la prórroga para con ochenta y tantos partir irremediablemente hacia el otro mundo. El símil en apariencia sólo ocurrente no carece de rigor, tirando pues de él se desvela que a veces, innumerables veces, el jugador no finaliza el encuentro, hoy mismo por ejemplo el juez universal le puede mostrar a usted la tarjeta roja, aunque no haya cumplido todavía los veinte.
La extensión del partido no fue de todos modos siempre la misma. En el siglo precedente se cronometraban setenta y cinco años; en el diecinueve, setenta; en el dieciocho, sesenta y cinco; en el diecisiete, sesenta; y así, cíclicamente, de manera escalonada, en descenso, siempre menguante. La longevidad depende también lógicamente del país donde se resida, de hecho en algunos acontece todavía como en las épocas más remotas que por sus precariedades finalizaba a los treinta años.
El futuro es desde luego halagüeño, la edad continuará incrementándose de modo gradual a medida que se optimicen los ejes laborales, nutricionistas y sanitarios, … si a algún dirigente político no se le va de las manos un proyectil nuclear y nos retrotrae a edades prehistóricas, en absoluto ficticio, más de uno tiende pues a iniciar tensiones interestatales, exponiendo los más de cien años de vida que les aguardan a las próximas generaciones.
Sería desde luego funesto dilapidar este grado superior de bienestar conseguido a pulso por la humanidad, paso a paso, jornada tras jornada, a lo largo y ancho del tiempo. Porque en el período actual, tal y como ha progresado la medicina, son ya necesarias para una expulsión, no dos, sino siete tarjetas amarillas, lo que nos equipara a los gatos, poseedores según dicen de siete vidas, cuando otrora a la más mínima dolencia uno estiraba la pata y únicamente había necesidad de la roja.
Me han mostrado en el curso de setenta años sólo dos amarillas. Si no encadeno cinco más o se me muestra la tarjeta roja permaneceré todavía diez en este mundo, … más los correspondientes de la prórroga, claro. Un período sin duda alguno breve con el agravante de que la probabilidad de ser expulsado en esta década aumenta considerablemente. El corazón debilitado, una célula insidiosa, una venilla constreñida, una neurona cargada, etc., suele aflorar expeditamente por el desgaste de los años y esta temible calavera que es la muerte nos caza finalmente con su guadaña, a pesar de ampararnos la prodigiosa sanidad. Los porcentajes hablan con claridad, mucho mejor que mis palabras. Corretea uno por lo tanto con moderación por el terreno de juego, procurando mantener a raya el colesterol, la glucosa, la próstata, etc., para no introducirse en la fosa del cementerio antes de lo previsto. Por todo ello, en los últimos lances del partido -perdido de antemano como es notorio-, el síndrome de la expiración pasa inevitablemente del subconsciente al consciente, un mal que el jugador debe acondicionar en su seno a fin de eliminar en lo posible las opresiones que conlleva.
Y en ese atolladero estoy ahora mismo instalado, armonizando mis actos con los pensamientos y los sentimientos en aras de afrontar la despedida sin recelos.
Pertenecer al equipo de aquellos que creen, no van a ser eliminados después del tránsito, ayuda -y mucho- a tener una mentalidad positiva dentro de ese marasmo. El desconsuelo -la progresiva lasitud del cuerpo y el abandono de los seres queridos- lo confortará la expectativa de que me aguarda otro encuentro en un estadio divino, con espíritus que pasaron también la ronda terrenal. El equipaje psicológico está por consiguiente dispuesto para el pitido póstumo o por lo menos las ideas que lo componen no están desperdigadas, conteniendo las decadentes sensaciones que furtivamente me asaltan.
El caso es que percibiendo ir ya contra reloj me he propuesto repasar las incidencias más trascendentales acontecidas a lo largo de mi vida, recordadas habitualmente por cualquiera de nosotros al advertir la proximidad de la muerte, un repaso tan conmovedor como el que me sobrevino ayer mismo escuchando las canciones de mi mocedad. Momentos en verdad tan sensibleros como macabros. Por un lado manifestándose con todo su fulgor la maravillosa etapa juvenil, rebosante de sueños, y por otro, cerniéndose sobre mí las pesadillas, inevitables en la última década, que suscitaron alguna lagrimilla nostálgica y eso que no soy nada llorón.
Bueno, a lo que íbamos, sin más dilaciones y sin tapujos voy a relatarle mis correrías desde los primeros compases hasta el día de hoy.
Supondrán los capítulos iníciales un recreo, emotivo, afín a una película en blanco y negro de Federico Fellini, infelizmente sin la música cadenciosa y enigmática de Nino Rota; los intermedios -asimismo ubicados en el siglo veinte- serán igualmente entretenidos, si bien cromados y plenos de sobresaltos y de aventuras; y los postreros devendrán calmosos, con injerencias universalistas, una fase donde la persona se da de bruces, según Mark Twain, con el segundo día más importante de su vida: aquel en el que finalmente desvela porqué y para qué ha nacido,… anteponiéndose al tercero: el día que finaliza el partido, no incluido lógicamente en este texto por estar todavía la pelota en juego.