BIOGRAFÍA

A los diecisiete años era modelista y patronista de calzado en Menorca, mi tierra. Todo indicaba que mi vida seguiría el camino trazado por la industria del calzado. Pero entonces apareció el fútbol, y con él, un giro inesperado que lo cambió todo.

Tras dos años en el Barça, uno en el Levante y otro en el Castellón, una serie de minusvalías físicas y de lesiones encadenadas truncaron mi sueño de llegar a lo más alto. Podría haber continuado en equipos modestos, pero decidí dejarlo y vivir la vida, algo vetado para un deportista profesional. No estaba preparado, sin embargo, mentalmente, para regresar al exigente ritmo de una fábrica de calzado, después de haber vivido el sosiego de una vida completamente distinta.

Fue entonces cuando gracias a los idiomas que estudié durante mis cuatro años como futbolista, comencé a abrirme paso por Europa. Ese dominio me llevó a ser director comercial de una empresa italiana de calzado en Roma, y más tarde de otra en Wúrzburg. Pero en Alemania, un revés inesperado, junto, otra vez, a un ritmo laboral intenso, me dejó exhausto. Necesitaba respirar. Tomé entonces una decisión que cambiaría de nuevo mi trayectoria. Decidí darme un año sabático recorriendo el mundo… que acabó en Nueva York y en las islas Hawái.

A mi vuelta a Europa dejé que la vida me llevase por diferentes oficios, sin más brújula que la curiosidad y la libertad, apoyándome siempre en los idiomas. Durante una década fui guía turístico y profesor de tenis en Alemania y en litorales turísticos españoles. Me convertí en algo que yo mismo decidí llamar «idiomero», una palabra que aún no reconoce la RAE, pero que describe bien esa etapa: alguien que hace de las lenguas su herramienta y su pasaporte.

Sobre los cuarenta años el matrimonio me llevó finalmente a asentar los pies —que no la cabeza—, y me establecí en Santa Cruz de Tenerife. Allí trabajé como agente comercial, mayorista y comerciante en sectores del calzado, la bisutería y la joyería.

Hoy, ya jubilado y aún bajo el cielo generoso de Tenerife, miro hacia atrás con una mezcla de asombro y gratitud. No seguí una línea recta ni me aferré al concepto tradicional de éxito. Mi vida ha sido un mapa lleno de desvíos, decisiones instintivas y cambios de rumbo, por capricho o necesidad. Pero cada giro me enseñó algo nuevo: sobre mí mismo, sobre los demás, y sobre el mundo.

No fui solo modelista, futbolista, guía turístico, profesor de tenis, comerciante o aventurero. Fui todo eso, y algo más: un buscador. Un idiomero, sí, pero también un tejedor de experiencias. Alguien que aprendió a reinventarse una y otra vez, sin perder el sentido del humor ni las ganas de seguir caminando.

Si algo he aprendido es que no hay destino fijo, sino caminos que se hacen al andar, como canta Serrat citando a Machado. Y por suerte, aún me quedan algunos por recorrer…

Tal vez, gracias a los muchos libros que pude leer —fieles compañeros en logares donde no tenía amigos—. Ellos me protegieron de la soledad y me ofrecieron consuelo. A ellos quiero devolverles ese afecto con los cuatro libros que presentaré en marzo, durante la fiesta de mis 80 años. Una celebración merecida para cualquiera que llegue hasta ahí… y lo haga con historias que contar.